Recuerdo que, siendo niña, soñé que tenía un paquete de chicles en la mano. No sé cómo pero yo sabía que estaba soñando. Sabía que cuando despertara, ese paquete de chicles ya no estaría ahí. Aún en el sueño, lo apreté muy fuerte, tratando de desafiar “las leyes de los sueños” para que, al despertar, estuviera en mi mano. Desperté y recuerdo haber dirigido mi vista hacia mi mano. Pero no, el paquete de chicles no estaba.
Lo anterior contrasta con lo que ahora vivo: fluyo en el ahora viendo un sueño que yo misma proyecto; me olvido del pasado y el futuro; disfruto el presente mordisco a mordisco. ¡Cuánta paz!
Lo más emocionante es que, mientras más vivo el presente, más proyecciones veo que hacen lo mismo que yo: viven el aquí y el ahora plenamente.
Las personas que vemos esta realidad como una proyección siempre hemos existido y vamos dejando rastro oral o escrito. Tal vez, también de algunas otras formas de las que aún no me he enterado.
Estamos en todas partes. O tal vez en una sola parte. Estamos dentro de algo. O tal vez, el “algo” está dentro de nosotros. Creo que el “algo” ni siquiera existe.
Somos testigos neutros, sakshis con cero juicios. Observamos y solo aceptamos las cosas como son. Tal vez, alguien pueda pensar que es aburrido. La neta, para nada. Jamás me había sentido tan entretenida con algo tan auténtico y trascendente.
Cada quien se apasiona con cosas diferentes. Yo ya no me apasiono: fluyo en las cosas y las observo. A veces, ellas me observan a mí. Y sin ninguna droga; solo con despertar la conciencia; recuperar la conciencia de darme cuenta que estoy en un lugar del que nunca he salido. Y de que aquí no necesito nada; ni del sueño ni de la proyección.