En el artículo anterior, nos quedamos en que Richard Alpert y Tim fueron despedidos de la Universidad de Harvard por experimentar con psicodélicos en los alumnos.
En el 63, Tim vio el “Libro tibetano de los muertos”, una obra de, mínimo, 2,500 años de antigüedad; era usado para entrenar a los lamas tibetanos para morir y reencarnar.
Al leerlo, observaron que las descripciones de las experiencias de estos lamas, que ocurrían entre la muerte y la reencarnación, eran semejantes a las experiencias que ellos habían tenido con los psicodélicos.
¿Cómo era esto posible? Las descripciones eran muy parecidas. Tim reescribió el libro como un manual al que llamó “La experiencia psicodélica”, diciendo que esto era una experiencia de muerte y renacimiento psicológicas en la misma vida.
Ya con este conocimiento, Tim fue a la India a investigar, pero regresó de allí siendo todavía él mismo; le faltó encontrar algo.
El viaje de Richard Alpert
Richard, por su parte, seguía preguntando, a todos los que creía que podrían “saber algo”, acerca de cómo mantener ese estado. Pero no encontró a nadie en Occidente. En el 67, ya no tenía nada: ningún trabajo respetable como psicólogo, ni nada parecido. No tenía pruebas suficientes para usar los psicodélicos como una fuente de ingresos. Lo único que hacía era dar conferencias de estas sustancias desde lugares muy respetables, como la FDA estadounidense, hasta lugares tan extraños como la asociación “Los Ángeles del Infierno”.
Entre tantos rumbos, conoció a un hombre muy amable de 35 años. Él había estudiado en la Universidad de Chicago; creó su propia empresa y, después de un gran éxito, la vendió en 5 millones de dólares. Ya estaba retirado y quería irse a oriente para convertirse en budista. Lo invitó como compañero de viaje.

Fue entonces cuando Richard puso un bote de droga LSD en su mochila y se fue a la India. “Tal vez, encontraría la pieza faltante en el rompecabezas”.
“Tengo mucha droga…”, pensaba, “…pero, ¿para qué tomarla si sé que veré ese hermoso jardín otra vez y, después, ¡seré echado de ahí!?
Ya en la India, le dió droga a varias personas que conoció. Ellos le decían: “está bueno, pero no tanto como la meditación”. Se dijo: “¡definitivamente no va a pasar: regresaré a Estados Unidos y seré un sirviente o chofer. ¡Dejaré que alguien más maneje mi conciencia!
Etapa del yogui
Estaba con su amigo, aún en la India, cuando conoció a Bhagavan Das. Un hombre alto blanco y norteamericano que usaba ropa sagrada india. Richard lo vio y se dijo: “este tiene cara de que sabe. Alguien que ha logrado el despertar de la conciencia”.
Después de cinco días de estar conviviendo en un grupo con él, Bhagavan Das comenzó a enseñarle a Richard algunos mantras y a trabajar con cuentas o bolitas.
Después, se fue a viajar sólo con él y empezó a entrenarlo de una forma muy interesante. Cuando estaban sentados en el monte, Richard le decía: “¿te he platicado la vez que Tim y yo…?”. Él contestaba: “¡no pienses en el pasado, solo sé aquí y ahora!” y permanecía en silencio, sentado en posición de loto.
Después, le preguntaba “¿cuánto tiempo crees que continuaremos viajando?”. Le contestaba: “no pienses en el futuro; sólo sé aquí y ahora”.

Ya desesperado, le decía: “¿sabes qué? El cuerpo me está matando. Me duelen las caderas”. El otro le contestaba: “las emociones son como las olas, obsérvalas desaparecer en la distancia, en la enorme calma del océano”.
Eso era lo que tenía: emociones, recuerdos del pasado y planes del futuro. Él era un buen contador de historias, pero ahí todo era silencio; no había nada que decir. Solamente cantaban canciones sagradas y practican posturas de yoga. Le decía todo lo que tenía que hacer, como si fuera un bebe: “come esto; duérmete ahí, canta esto”.
Ninguno sabía nada de la historia del otro. Aún así, Richard jamás se había sentido tan compenetrado con ningún otro ser humano. Lo sentía dentro de su corazón.
Se dio cuenta de que, a donde fueran, ese hombre tenía la expresión de estar en su hogar. Si llegaban a alguna aldea o templo, toda la gente recibía y amaba a ese hombre y él conocía a toda la gente, sus cantos y sus costumbres. Bhagavan Das había estado en India por cinco años.
Se dio cuenta de que, a donde fueran, ese hombre tenía la expresión de estar en su hogar. Si llegaban a alguna aldea o templo, toda la gente recibía y amaba a ese hombre y él conocía a toda la gente, sus cantos y sus costumbres. Bha-Gwan-Dass había estado en India por cinco años.
Finalmente, Richard después de observar todo eso, se dio cuenta de que ese hombre “sí sabía”. En la noche, se quedó dormido recordando cuando acompañó, por varios días, a su madre en el hospital hasta que ella falleció.
La mañana siguiente, Bhagavan Das le dijo que iban a las montañas a ver a su gurú. A medida que subían a la montaña, el hombre empezó a llorar. Al llegar a la aldea, la gente lo abrazaba y todos cantaban y lloraban.
Richard se empezó a sentir incómodo porque a él lo ignoraban. Estaba muy molesto porque, a él, ¡ni siquiera le interesaba ver a aquel gurú!.
Al dar la vuelta a la montaña, vio a un hombre bajito, de entre 60 y 70 años, sentado en el suelo, enredado en una manta, con unas ocho personas indias atendiéndolo.
De pronto ese hombre alto americano que él sentía en su corazón, se tira a todo lo largo y ancho de su cuerpo en el piso, boca abajo, hace una serie de reverencias y, llorando, toca los pies de ese señor bajito sentado con su manta.
“¡¿Qué está pasando aquí? Yo no voy a tocar los pies de ese hombre!”. El hombre lo miraba y parecía brillar. “¡A mí no me estés brillando!”.
El gurú le dice a Bhagavan Das: “¿tienes una foto mía?“. Él contesta: “sí”. “Dásela a él”, refiriéndose a Richard. Éste la toma y hace un gesto de agradecimiento. “Gracias, pero aún así, no pienso tocar sus pies”.
El gurú o Majarashi dijo: “denles de comer y que descansen”; y así fue. Más tarde, el gurú lo mandó llamar y lo invitó a sentarse a lado de él. Le dijo: “la otra noche pensabas en tu madre”. Obviamente, se sorprendió. No había manera de que él supiera eso.

“Eso fue el año pasado, ella tenía un estómago muy grande antes de morir. Murió del bazo”. Dos cosas pasaron por su mente en ese momento: la primera fue una paranoia tipo del FBI, “¿quién es este hombre?”; “¿cómo sabe eso?” y “¿para qué me trajo aquí”? La segunda fue “tal vez, tomé demasiadas drogas y esto es sólo mi imaginación”. O, tal vez, logró el despertar de la conciencia.
No encontraba un lugar en su cerebro en donde esconderse. Siguió sentado a un lado de Majarashi. De pronto, sintió un dolor en el pecho, un sentimiento desgarrador y empezó a llorar. Lloró mucho pero no sentía ni tristeza ni alegría. No era esa clase de llanto; lo único que experimentó fue que “se sentía en su hogar” y “que el viaje había terminado”.
Después de llorar, lo llevaron a pasar la noche y a descansar; se sintió confundido. Una gran sensación de iluminación y confusión.
A la mañana siguiente, despertó y dijo: “¡él sabe! Él es alguien que sabe! Él me dirá lo que es y qué hace la droga”. En eso, llega alguien y le dice: “el Majarashi te quiere ver”. Cuando llegó ante su presencia, el gurú le dijo: “¿qué me quieres preguntar? ¿Traes la medicina?”
Nunca había pensado en la droga como una medicina. Se la mostró y el gurú le preguntó: “¿Esto te da siddhis?”. Jamás había oído esa palabra, se la tradujeron como “poder”. Richard se sintió apenado; pensó que un hombre de la edad del gurú deseaba vitaminas.
Majarashi tomó con su mano 3 cápsulas de LSD, equivalente a demasiadas dosis que una persona normal, pudiera tolerar en su primera experiencia. Cuando las puso en su boca y las tragó, Richard se le quedó mirando y , como el científico que era, se dijo: “esto va a ser interesante”. Estuvo ahí todo el día, el gurú solo le guiñaba el ojo. Nada pasó. Esa fue la respuesta del gurú para Richard.
Ahí, no había votos; no había un compromiso; no había nada. Todo se hacía internamente. Ese gurú, solo tenía su manta. No estaba identificado con el mundo como muchos lo estaban. Si lo dejaban de ver, desaparecía. La gente quería conservarlo, lo cuidaba. Aparentemente, no hacía nada.
El estilo del gurú era, por ejemplo: Richard un día recordó que, por el lugar donde se encontraban, vivía el Lama Govinda. Creyó que sería buena idea ir a visitarlo. Unos momentos después, Majarashi lo llama y le dice: “quiero que vayas de inmediato a ver a Lama Govinda”.
Otra vez, tenía que ir a Delhi a renovar su visa. En el viaje, comió unas galletas. Sabía que eso no estaba en la alimentación de la comunidad. Al volver a la montaña, Majarashi llegó tres días después. Richard lo fue a ver emocionado; tenía como un mes de no saber de él y le llevó unas naranjas de regalo. Llegó corriendo, se tiró a sus pies haciendo reverencias y, llorando, el gurú le dio palmaditas en la espalda diciéndole: “ ¿y cómo estuvieron las galletas?”.
Richard se sintió horrorizado. Si el gurú conocía ese pensamiento, también sabría este otro.. Y aquel…. Y aquel otro… Y aún así, lo veía con tanto amor.
Preguntó a su maestro, en ese entonces, Baba Hari Dass: “¿por qué Majarashi nunca me habla de las cosas malas que pienso?”. Le respondió: “eso no ayuda a tu sadhana, tu trabajo espiritual. Él sabe todo, pero sólo hace las cosas que te ayudan”.
De hecho, se le pidió a Richard que, cuando regresara a los Estados Unidos, no mencionara ni el nombre ni la ubicación de Majarashi. Lo único que podía hacer era compartir su experiencia. El mensaje era, que no se necesita ir a ningún lugar para encontrar lo que estás buscando.
El gurú le preguntó: “cuando estás en América, ¿te gusta hacer reír a la gente?”. Richard contestó que sí. “¿Le das de comer a los niños?”. La respuesta fue otra vez afirmativa. El maharaji le dio tres palmaditas en la frente y fue todo. Contó que nunca supo qué fue lo que pasó, ni lo que el gurú hizo o lo que él mismo hizo.

Richard se levantaba temprano en las mañanas. Tomaba un baño en el río, meditaba, practicaba sus ejercicios de yoga y, como a las 11:30, su maestro, Baba Hari Dass, llegaba con su pizarrón y le enseñaba, de la manera más amable, cosas que parecía que él ya sabía; solamente debía permitir que salieran a la superficie.
Cuando le enseñó acerca de energía y vibraciones, comenzó diciéndole: “las víboras conocen el corazón. Los yogis no tienen miedo en la jungla porque, si tienes un corazón puro, puedes estar tranquilo”.
Todas sus enseñanzas eran de este tipo. Fue hasta después de unos meses que conoció el libro del Raja Yoga y se dió cuenta de que eso era lo que le estaban enseñando. Un sistema de 500 años a.C., en forma de sutras o frases, también se le llama ashtanga yoga o kingli yoga. Su maestro se lo había estado enseñando con sabiduría y simples frases y metáforas.
Baba Ram Dass en América
Richard, convertido ahora en Baba Ram Dass, había empezado su camino. Regresó a América para compartir lo que había aprendido con quienes estaban en un camino parecido al suyo.
Muchos pueden compartir su experiencia contando su historia como Ram Dass lo ha hecho. O mediante cantos; o yoga; o haciendo el amor. Cada uno encontramos nuestra manera de compartir, con otros, nuestra pizca de sabiduría.
Para Ram Dass, esta historia fue la forma para compartir con todos nosotros un mensaje de verdad. La fe viva de lo que es posible.
Desde 1973, Baba Ram Dass fue amigo de la Fundación Lama. Desde entonces, y aún después de su muerte física, en el 2019, él ha estado flotando en un océano de amor, llevado por los vientos del deseo de ser y servir.
La información, que aquí les comparto, es una síntesis de la versión en inglés del libro “Be here now”, escrito por Ram Dass.
“Be here now” fue originalmente distribuido en forma de folleto por la Fundación Lama y después se publicó como libro por ellos mismos. En 1977, la Fundación Lama, dio los derechos de este libro a la Fundación Hanuman para que continúe reflejando su energía, poniéndolo a disposición para la enseñanza y práctica del bienestar y conocimiento espirituales.