Baba Ram Dass

La historia de Richard Alpert (Parte 1)

Como siempre, desde que escribo en este blog, estoy muy emocionada por compartir un testimonio de vida; de un hermoso despertar de la conciencia; una transformación legítima: la transformación del doctor Richard Alpert, en Baba Ram Dass.

Ram Dass describe tres etapas en su transformación: la etapa de las ciencias sociales, la etapa de los psicodélicos y la etapa del yogui.

Cada una, cooperó para la siguiente. Se dio cuenta de que, lo que en su momento, consideró “pequeños detalles”, se convirtieron en importantes pasos para lo que seguía: lograr el despertar de la conciencia.

Etapa de las ciencias sociales

En 1961, Richard Alpert se encontraba en, lo que él consideraba, lo más alto de su carrera. Regresaba de ser profesor en la Universidad de Berkeley en California. Se le aseguró un puesto permanente en la Universidad de Harvard en Massachusetts, participando en los departamentos de psicología, escuela de graduados y el departamento de salud como psicoterapeuta.  Tenía contratos como investigador en las universidades de Yale, en Connecticut, y Stanford en California.

Ganaba mucho dinero y coleccionaba muchas posesiones. Tenía un lujoso departamento lleno de antigüedades y daba unas fiestas muy locochonas. Tenía un Mercedes Benz, una motocicleta Triumph, un avión Cessna, un auto deportivo, un velero y una bicicleta.

Sin embargo, sentía que algo faltaba en su mundo. Pero no sabía qué era. Veía que las teorías que enseñaba en psicología no funcionaban. Que los psicólogos realmente no tenían idea de la condición humana y que la naturaleza de la vida era un misterio.

Creía que si todo lo que enseñaba fuera correcto, él se sentiría mejor con su vida. Entendía que, como científico, era importante ser objetivo. Pero se le hacía que eso era muy inocente porque después de tomar psicoterapia durante 5 años, aún se sentía un neurótico.

Se encontraba en el grupo de los mejores en psicología cognitiva, psicología personal, psicología del desarrollo mental; y no sabía nada de lo que pasaba en su vida. Dijo: “así pasaré los siguientes 40 años de mi vida, no sabiendo”. Todo era vacío.

Comía más, coleccionaba más cosas, más reconocimiento, más estatus, más orgías sexuales y alcohólicas y más locura en su vida.

Richard Alpert

Aunque era judio, su práctica más que religiosa era política ya que su padre, siendo abogado, era el líder de su comunidad. No podía identificarse con la autoridad de un  guía espiritual, porque su papá era el encargado de contratarlos y despedirlos.

Trabajando en la universidad, conoció a Thimothy Leary, o Tim, como le llamaban sus amigos. Este era un “hombre de mundo”, había recorrido Italia en bicicleta y conocía mucha gente y culturas diferentes.  Lo contrataron para hacer investigación. Se volvieron amigos y compañeros de fiesta. Tim, además, era muy creativo y con mucha iniciativa para las nuevas ideas.

Richard y Tim, entre tantos viajes, hicieron uno a Cuernavaca, México para pasar el verano. Ahí conocieron a un antropólogo que les platicó de los hongos alucinógenos que se usaban en esos rumbos desde mucho tiempo atrás. Los invitó a las montañas a conocer a una curandera local para que probaran el teonanacatl, o “la carne de los dioses”, un hongo alucinógeno o psicodélico. Con ellos, mucha gente había logrado el despertar de la conciencia.

Tim comió como 9 hongos y tuvo una experiencia alucinante muy profunda. Dijo: “he aprendido más en esta experiencia de seis horas, que lo que he aprendido en todos mis años como psicólogo”. Richard dijo: “esto es una declaración muy fuerte”.

Después de unos días, cada uno siguió su camino. Cuando Richard regresó a la universidad, el creativo Tim ya tenía, muy bien montada, una investigación con psicodélicos. Junto con alumnos graduados, había contactado a un proveedor de “psilocibina”, un producto sintético con los mismos efectos psicoactivos de los hongos. Obviamente Tim invitó a Richard al proyecto.

Richard Alpert y Timothy Leary
Timothy Leary y Richard Alpert

Etapa de los psicodélicos

Durante la primera parte de su experiencia con psilocibina, Richard mencionó haber tenido una experiencia como de “una película barata”.

Al principio, lo invadió una profunda calma, el tapete del suelo empezó a moverse y las fotos de las paredes a sonreírle. ¡Eso le agrado! Después, vio frente a él una figura. Al lograr enfocar, se dió cuenta de que era él mismo, con la toga y birrete de un profesor universitario. Era como si su parte de maestro en Harvard se hubiera separado o disociado de él.

La figura fue cambiando y Richard iba reconociendo todos las diferentes facetas de sí mismo: fiestero, chelista, piloto, amante, etc. Con cada faceta en que se transformaba, se daba cuenta que ya no necesitaba ninguno de esos roles. Incluso, pensó en su nombre: “Richard”. Él se asociaba con ese nombre que sus padres le pusieron. Le decían: “Richard, eres un niño malo”, así que Richard tenía maldad. “Richard, eres tan hermoso”, así que Richard tenía hermosura… y así fue viendo muchos aspectos de sí mismo.

En ese momento, renunció a ser Richard Alpert. Miró hacia sus piernas y no vio nada bajo sus rodillas. Despacio, para su horror, todo su cuerpo fue desapareciendo de abajo hacia arriba, hasta que lo único que pudo ver, fue el sillón en el que se había sentado.

 “¡Pero yo necesito el cuerpo!”. En ese momento, una voz muy bajita y burlona le preguntó: “¿pero quién necesita el cuerpo?”.

Cuando finalmente pudo entender la pregunta, se dio cuenta de que, aunque todas las cosas por las que se identificaba a sí mismo, incluso su cuerpo, habían desaparecido, aún se sentía totalmente consciente. No sólo eso, sino que ese “yo”, estaba viendo todo el drama y el pánico, con calma y compasión.

Sintió un nuevo tipo de paz, de una profundidad que nunca había experimentado. Por fin, había encontrado ese “yo”, esa esencia, ese lugar más allá. El lugar en donde el “yo” existía, independiente de la identidad física y social; lo que él era, más allá de la vida o la muerte. Era sabiduría más que conocimiento. Era una voz interna que hablaba la verdad. Ahora, solo tenía que mirar dentro de ese lugar en donde “yo sabía”. Afirmaba: “yo estaba bien porque “yo sabía”. 

Timothy Leary y Ram Dass

Ya fuera de ahí, pero aún entusiasmado, escucha: “¡Ven a la cama, idiota! ¡Nadie quita la nieve a las 5 de la mañana!”. Miró hacia arriba y escuchó una voz externa que había escuchado por 30 años y, dentro de él, algo le dijo: “Está bien que quites la nieve y está bien que estés feliz”. Miró hacia arriba, vio a sus padres, los saludó y, riendo, siguió quitando la nieve. Ellos cerraron la ventana; Richard volteo hacia arriba otra vez, y vio que ellos también sonreían. Esa fue su primera experiencia de tener un “high contact” o “contacto alto” y saber/confiar en ese lugar interno que dice “Está bien”.

Se sentía un nuevo y hermoso ser; un ser interno. Todo lo que tendría que hacer era mirar al interior y ya sabría que hacer y siempre podría confiar. Ahí estaría para siempre. Pero dos o tres días después, se escuchó hablando de su experiencia en tiempo pasado. Pensaba en cómo había sido la experiencia que vivió. Se vio siendo de nuevo el ansioso neurótico, aunque en menor grado, pero todavía su antigua personalidad regresaba.

Él y sus compañeros de experiencia, desarrollaron un lenguaje secreto y cada vez las cosas del día a día iban teniendo menos importancia. Llegaron a un punto en el que, las experiencias que vivían, se fueron volviendo cada vez más inexplicables. El que había tenido una experiencia parecida, lo entendía; y al que no la había tenido, no sabía cómo explicársela.

Decían a sus compañeros en la universidad que, para saber, tenían que probarlo. Pero ellos respondían que “no era científico”; que “no era ético” probar su propio producto; que primero tenían que probarlo con animales y después con estudiantes graduados.

Continuaron explorando ese tipo de conciencia interior, ese despertar de la conciencia que, por muchos años, estuvieron haciéndose preguntas y teorías acerca de ella; y que ahora estaban experimentándola por dentro y por fuera, por arriba y a través de ella.

Sus colegas decían que “estaban creando un culto”. Richard pensaba: “es cierto”, pues un culto es compartir un sistema de creencias. No sabían cómo trabajar con lo que estaban viviendo. Si lo exponían en occidente, se vería como algo patológico o enfermedad y, si lo exponían en oriente, se vería como algo místico y religioso. Ellos querían mantenerse ampliamente abiertos.

Entonces realizaron lo que llamaron “un estudio naturalista”. Le dieron la psilocibina a 200 personas físicamente sanas y les dijeron: “tómenlo como ustedes lo quieran tomar. Todo lo que van a tener que hacer es contestar este cuestionario al final para que sepamos qué pasó”. Hicieron un estudio doble ciego, a la mitad le dieron la droga y a la otra mitad un placebo; es decir, una cápsula vacía.

Los resultados que más vieron, fue el aumento en la sensibilidad de todos los sentidos: vista, oído, olfato, tacto y gusto. También una mayor velocidad en el proceso de pensamiento.

El siguiente tipo de experiencia que registraron fue en donde la persona podía ver a otra persona y observar más en detalle lo que tenían en común en lugar de sus diferencias. Veían a otro ser humano y decían “aquí estamos”. La única diferencia que veían entre uno y otro era la ropa; veían la misma esencia. Esa fue una experiencia muy profunda para muchos. En su caso, Richard la vivió con un colega de piel morena y ahí estaban los dos: siendo uno mismo, uno con piel clara y otro con piel oscura.

Otra experiencia reportada fue estar en un cuarto oscuro con otra persona. Uno de ellos habló y el otro dijo: “¿quién habló? ¿Tú o yo?”. No estaba claro de qué boca habían salido las palabras.

Una poco frecuente fue que veían a alguien como estructuras celulares o patrones de energía más que como una persona. Finalmente, un porcentaje muy pequeño, trascendió todas las formas y vio pura energía, un campo homogéneo o continuo, al que le llamaron “luz blanca”.

Richard Alpert

Era muy fácil distinguir a los que habían tomado el placebo. Eran los que reportaban “Uhmm, pues creo que pasó algo”. Siguieron trabajando con personas de confianza de diferentes ambientes, anotando sus observaciones.

Una de las experiencias de Richard fue de belleza y horror. Se encontraba en el cuarto de meditación donde trabajaban. Durante cuatro horas, estuvo en un estado de luz plena y continua. Después tuvo una sensación de ir “en bajada”. Una enorme ola roja llenó toda la habitación. En ella, pudo ver todas sus identidades y roles arrollándolo. Levantó sus manos suplicando: “¡No, no! ¡No quiero volver!”. Sentía un gran peso que estaba cayendo sobre él. Se dio cuenta que no tenía la llave, no tenía las palabras mágicas como “abracadabra” o lo necesario para detener esa ola roja que, finalmente, lo arrastró. “¡Oh! Aquí estoy otra vez. Richard Alpert. ¡Que revolcada!”.

En esos pocos años, habían tenido la idea de que esa experiencia los mantendría iluminados para siempre, pero luego vieron que no sería tan fácil. Después de 6 años, Richard se dio cuenta de que, no importaba qué tanto subiera, siempre bajaba. Fue una experiencia  frustrante. Supiera lo que supiera, no era suficiente.

Cuando los corrieron de Harvard, se decía: “lo que estoy haciendo está bien”. Sabía que eso era un “nuevo tipo de locura” o un “nuevo tipo de cordura”.

Sobre la última etapa de Baba Ram Dass, la «yogui», te contaré en un próximo artículo.

Cero Preocupaciones (Parte 2)

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